viernes, 25 de abril de 2014

MAMÁ


Y llegué a aquel parque tan oscuro, lleno de flores de colores grisáceos, tenebrosos... Unos columpios oxidados, un tobogán descolorido por el paso del tiempo, y un banco de madera de roble, al que le faltaba una tabla. Me senté. Miré a mi alrededor. Cómo había cambiado todo aquello desde la última vez que estuve allí... Hacía 10 años que no volvía a este lugar, desde la muerte de mi madre. Me recuerda demasiado a ella, es como si siguiera conmigo. Este olor... Cuando me acariciaba con sus dulces manos, que olían a las rosas que habíamos recogido para la abuela Alice. Cuando me columpiaba tan alto que parecía que podía tocar el cielo. Cuando se escondía, y yo me asustaba, y aparecía de repente por detrás y me abrazaba. Y su sonrisa. Eso era lo más bonito de mamá. Cuando en primavera, su estación del año preferida, me cantaba canciones y me ponía mi vestido de flores preferido, y me peinaba en el jardín. Y brillaba más que el sol. Pero, un día gris como este, salió a dar un paseo en bici. Yo me quedé con la abuela Alice haciendo un bizcocho en forma de corazón para ella, y era una sorpresa, aunque creo que ya lo sabía. Me abrazó fuerte y me besó en la frente. Yo le dediqué un pícara sonrisa. Y de pronto, el fuerte viento abrió la puerta de golpe y acarició su melena negra haciendo llegar su perfume hasta a mí. Me dijo adiós y se marchó. Nunca volvió a aparecer por aquella puerta. Ya no había caricias con olor a rosas, ni la sensación de poder tocar el cielo, ni un susto agradable, ni canciones primaverales, ni abrazos con olor a mamá... ¡Mierda! Me siento culpable, no tendría que haber dejado que se fuera. Caí derrumbada al suelo. A los pocos minutos, una luz apareció de aquellos arbustos dónde una vez perdí el colgante que me regaló mamá.

Laura Larramendi.  

No hay comentarios:

Publicar un comentario